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Diario de una cuarentena (I): Espío a mis vecinos
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Diario de una cuarentena (II): Mensaje en una botella
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Diario de una cuarentena (III): Miedo atávico
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Diario de una cuarentena (IV): La lista de la compra
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Diario de una cuarentena (V): El último día en la tierra
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Diario de una cuarentena (VI): Domingos metafísicos
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Diario de una cuarentena (VII): La chica del búnker
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Diario de una cuarentena (VIII): Pura supervivencia
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Diario de una cuarentena (IX): Un plato de guisillo para tu vecina
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Diario de una cuarentena (X): El banco de tu pueblo
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Diario de una cuarentena (XI): Hacer los ejercicios
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Diario de una cuarentena (XII): Un ciclista en el garaje
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Diario de una cuarentena (XIII): La Policía del visillo
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Diario de una cuarentena (XIV): Teoría contra el pesimismo
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Diario de una cuarentena (XV): La trampa
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Diario de una cuarentena (XVI): Incursión extraterrestre
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Diario de una cuarentena (XVII): Romeo de balcón
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Diario de una cuarentena (XVIII): Secuestro en territorio amigo
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Diario de una cuarentena (XIX): Un robo en la escalera
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Diario de una cuarentena (XX): Una carta en el buzón
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Diario de una cuarentena (XXI): Sofá, chándal y dos kilos de más
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Diario de una cuarentena (XXII): Una diva confinada
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Diario de una cuarentena (XXIII): Muevo vasos con la mente
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Diario de una cuarentena (XXIV): ¿Y si no te vuelvo a ver?
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Diario de una cuarentena (XXV): A la caza de rayos de sol
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Diario de una cuarentena (XXVI): Infancias paralelas
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Diario de una cuarentena (XXVII): ¡Vamos a la playa!
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Diario de una cuarentena (XXVIII): Grillos en la ventana
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Diario de una cuarentena (XXIX): El hilo invisible de los afectos
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Diario de una cuarentena (XXX): Un metro de resignación
Desde que empecé este diario, la gente me cuenta cosas. No con el afán de salir en mi humilde columna, sino por el simple hecho de compartir, que en estos tiempos ya es un valor supremo. Hace unos días me llegaba un emocionante vídeo del familiar de una anciana que acababa de superar el Covid-19. El personal de la residencia la recibía entre aplausos mientras ella recorría un pasillo en silla de ruedas tan maja con su mascarilla y saludando como podía. No era para menos: volvía a su habitación tras dar negativo después de haber permanecido catorce días aislada; un caso asintomático que apenas se había manifestado en una ligera tos. Hace un rato este confidente me ha vuelto a escribir y esta vez no traía buenas noticias: la señora se nos fue el domingo. En apenas quince minutos. Pudo con el coronavirus, vencer el Alzheimer parece que era pedir demasiado.
Confieso que hoy no está siendo un buen día, así que en este momento quedáis avisados: podéis dejar de leer. He encajado con entereza el primer jarro de agua fría de la mañana, con el segundo me ha parecido que ya estaba bien. Resulta que he escuchado cómo dos de voces de la radio con las que he crecido contaban, entrecortadas, que el comunicador Michael Robinson ha muerto. Cuando vengáis a ver este artículo, ya habréis oído hasta la saciedad que hablaba un perfecto español, pero que mantenía el acento británico para no quedarse sin trabajo. Ya sabréis que en su último mensaje en redes el guiri que vino a humanizar nuestro deporte confesó que sabía que nunca caminaría solo (“Os escucho como Anfield: ‘You’ll never walk alone”). Y hasta habréis notado un nudo en la garganta cuando Carles Francino ha dado paso en directo a un Robinson que no era él, sino su hijo Liam. Siento la tristeza, pero es que nos estamos dejando demasiado por el camino.
Para aplacar la pena, he decidido hacer acopio de sensaciones que me reconfortan: tomar el sol, quedarme cinco minutitos más en la cama, dar el primer trago a una caña recién tirada, sentarme en la escalera de la casa de mis padres.
Estaba a punto de mencionar el chocolate cuando unas imágenes en Facebook me han dejado con la boca abierta. Son de Carlos Barba, el fotógrafo de la agencia EFE en Almería, y muestran al párroco Antonio Salvador, de la Iglesia de San Isidro Labrador, en el barrio de Regiones, colocando instantáneas plastificadas de sus feligreses sobre los bancos que solían ocupar cada domingo. Es un ritual que sigue religiosamente, semana tras semana, antes de comenzar la misa vía streaming. Cada uno se consuela como puede. Yo voy a poner una serie a ver si Tony Soprano hace un par de gamberradas y logra levantar el día.
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