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Diario de una cuarentena (I): Espío a mis vecinos
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Diario de una cuarentena (II): Mensaje en una botella
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Diario de una cuarentena (III): Miedo atávico
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Diario de una cuarentena (IV): La lista de la compra
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Diario de una cuarentena (V): El último día en la tierra
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Diario de una cuarentena (VI): Domingos metafísicos
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Diario de una cuarentena (VII): La chica del búnker
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Diario de una cuarentena (VIII): Pura supervivencia
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Diario de una cuarentena (IX): Un plato de guisillo para tu vecina
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Diario de una cuarentena (X): El banco de tu pueblo
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Diario de una cuarentena (XI): Hacer los ejercicios
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Diario de una cuarentena (XII): Un ciclista en el garaje
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Diario de una cuarentena (XIII): La Policía del visillo
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Diario de una cuarentena (XIV): Teoría contra el pesimismo
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Diario de una cuarentena (XV): La trampa
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Diario de una cuarentena (XVI): Incursión extraterrestre
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Diario de una cuarentena (XVII): Romeo de balcón
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Diario de una cuarentena (XVIII): Secuestro en territorio amigo
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Diario de una cuarentena (XIX): Un robo en la escalera
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Diario de una cuarentena (XX): Una carta en el buzón
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Diario de una cuarentena (XXI): Sofá, chándal y dos kilos de más
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Diario de una cuarentena (XXII): Una diva confinada
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Diario de una cuarentena (XXIII): Muevo vasos con la mente
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Diario de una cuarentena (XXIV): ¿Y si no te vuelvo a ver?
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Diario de una cuarentena (XXV): A la caza de rayos de sol
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Diario de una cuarentena (XXVI): Infancias paralelas
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Diario de una cuarentena (XXVII): ¡Vamos a la playa!
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Diario de una cuarentena (XXVIII): Grillos en la ventana
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Diario de una cuarentena (XXIX): El hilo invisible de los afectos
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Diario de una cuarentena (XXX): Un metro de resignación
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Diario de una cuarentena (XXXI): Cada uno se consuela como puede
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Diario de una cuarentena (XXXII): Carreteras secundarias
Hay gente a la que la mascarilla le sienta mejor que la cara. No es una frase mía y el autor prefiere permanecer en el anonimato, pero no le falta razón a la hora de exponer esta hipótesis. A algunas personas tener esa parte del rostro cubierta les da autoridad. Será que la asociamos a los médicos, una profesión que siempre ha gozado de cierta prestancia. El caso es que he estado pensando en que no sería descabellado que, en el marco de esta ‘nueva normalidad’ que se avecina, se produzca algún flechazo que acabe en frustración cuando caiga la tela. Quién sabe qué tipo de nariz nos puede aguardar detrás.
Hablando de todo un poco, menos mal que ha llegado mayo y la gente por fin dejará de cantar ‘¿Quién me ha robado el mes de abril?’. Y mira que me gusta Joaquín Sabina, pero cuando nos da por una cosa, nos ponemos de un intenso... Lo que deberíamos plantearnos es cómo va a asimilar el cuerpo el hecho de que nos encerrásemos en invierno y vayamos a salir casi en verano. Igual han sido los alérgicos los que nos han birlado la primavera. Yo estoy empezando a temer que mi organismo se haya desaclimatado, o como se diga, porque veo a instagramers de Madrid muy ligeras de ropa mientras yo sigo llevando en Almería rebeca de lana y calcetines gordos.
Lo que va a ser curioso cuando salgamos de esta es comprobar cómo hemos cambiado. Imagino lo que será entrar a nuestro bar de cabecera y escudriñar a la parroquia a ver qué tal anda de papada. Habrán caído barbas dejando al descubierto a chicos que tampoco son para tanto. Y habrán aflorado arrugas que ya no plancha el ácido hialurónico. También notaremos ausencias por las que no sabremos a quién preguntar.
De lo que no dudo ni un minuto es de cómo la picaresca se irá adaptando, fase por fase, a la famosa desescalada. Porque no ha dejado de actuar ni un solo día desde que esto empezó. Sin ir más lejos, el bloque de un amigo ha sido atacado por un ladrón de tan poca monta que ha arrasado con los zapatos usados que todos los vecinos acordaron dejar en la puerta para mantener sus casas libres de virus. “Tenía para elegir; menos mal que solo llegó hasta el tercero o que no calzaba mi 43”, me escribía esta mañana.
Y si de pícaros entrañables se trata, no puedo dejar de contaros la historia de un centenario que ha confundido esta pandemia con la guerra y le ha dado por preguntar por qué están llamando a personas tan mayores para ir al frente. Ni corto ni perezoso, ha empezado a simular una cojera a ver si así se libra. Con este objetor yo me voy al fin del mundo.
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