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Diario de una cuarentena (I): Espío a mis vecinos
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Diario de una cuarentena (II): Mensaje en una botella
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Diario de una cuarentena (III): Miedo atávico
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Diario de una cuarentena (IV): La lista de la compra
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Diario de una cuarentena (V): El último día en la tierra
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Diario de una cuarentena (VI): Domingos metafísicos
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Diario de una cuarentena (VII): La chica del búnker
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Diario de una cuarentena (VIII): Pura supervivencia
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Diario de una cuarentena (IX): Un plato de guisillo para tu vecina
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Diario de una cuarentena (X): El banco de tu pueblo
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Diario de una cuarentena (XI): Hacer los ejercicios
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Diario de una cuarentena (XII): Un ciclista en el garaje
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Diario de una cuarentena (XIII): La Policía del visillo
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Diario de una cuarentena (XIV): Teoría contra el pesimismo
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Diario de una cuarentena (XV): La trampa
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Diario de una cuarentena (XVI): Incursión extraterrestre
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Diario de una cuarentena (XVII): Romeo de balcón
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Diario de una cuarentena (XVIII): Secuestro en territorio amigo
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Diario de una cuarentena (XIX): Un robo en la escalera
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Diario de una cuarentena (XX): Una carta en el buzón
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Diario de una cuarentena (XXI): Sofá, chándal y dos kilos de más
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Diario de una cuarentena (XXII): Una diva confinada
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Diario de una cuarentena (XXIII): Muevo vasos con la mente
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Diario de una cuarentena (XXIV): ¿Y si no te vuelvo a ver?
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Diario de una cuarentena (XXV): A la caza de rayos de sol
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Diario de una cuarentena (XXVI): Infancias paralelas
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Diario de una cuarentena (XXVII): ¡Vamos a la playa!
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Diario de una cuarentena (XXVIII): Grillos en la ventana
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Diario de una cuarentena (XXIX): El hilo invisible de los afectos
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Diario de una cuarentena (XXX): Un metro de resignación
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Diario de una cuarentena (XXXI): Cada uno se consuela como puede
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Diario de una cuarentena (XXXII): Carreteras secundarias
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Diario de una cuarentena (XXXIII): Cuando caiga la tela
"Voy por el Parque de la Estación, crúzate conmigo”. Escuché esta frase el sábado en mi primer paseo tras cuarenta y tantos días de encierro. Y este fin de semana he reflexionado acerca de dos cuestiones. La primera, el confinamiento me ha vuelto una cotilla. Es irreversible. La segunda, se nos ha acabado la paciencia y la fe en que el azar juegue en nuestro equipo y nos permita tropezarnos con una cara amiga. Incluso con el chico que nos gusta. De modo que hemos optado por planear nuestras salidas e invitar a compartir itinerario a ver si notamos complicidad o cierta atracción en eso de caminar acompasados. Quién necesita un encuentro fortuito pudiendo quedar para subir y bajar la Rambla a dos metros de distancia de un enmascarado con guantes de látex.
En mi salida por esas calles de dios tenía claro que me dedicaría a recorrer portales a la caza de sonrisas queridas. Y no erré en mi elección. En apenas cuatro paradas atesoré gestos entrañables que me son familiares, expresiones de alegría que no se disimulan detrás de una barba, miradas de asombro que no ocultan las ganas de montar en bicicleta y la chispa en los ojos que refleja el vitalismo de quien se crece ante la adversidad. No me digáis que es mala cosecha para una simple vuelta.
Por el camino comprobé que hay parejas que aún se resisten a soltarse de la mano. Si no ha conseguido separarlos el virus ni este encierro interminable, yo creo que esto será un ‘felices para siempre’. Aunque lo que en realidad me impactó fue constatar que llevar mascarilla empaña las gafas, así que tenemos que elegir entre andar ciegos o estar protegidos. Ni que decir tiene que la mayoría está optando por llevar la máscara en el cuello a modo de complemento de la temporada primavera-verano.
Hoy han empezado a abrir los pequeños comercios con cita previa y España parece haberse convertido en una gran sala de espera. En un ataque de optimismo, pensaré que así se recupera un trato personalizado que parecía cosa de otra época. Si fuerzo el romanticismo, diré que el comerciante ahora espera al cliente como el que tiene una cita a ciegas.
Hace un rato le he leído a Laura Revuelta en ABC que eso de la ‘nueva normalidad’ es un oxímoron como la copa de un pino porque la normalidad nunca puede ser considerada como algo nuevo. A su juicio, esta paradoja tiene que ver con el desconocimiento del lenguaje por parte de los políticos, pero también con la manipulación. Sobrellevamos con estoicismo que los abrazos nos hayan sido arrebatados hasta nueva orden, no nos pidan encima que seamos tan gilipollas de considerar esa renuncia algo normal.
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