-
Diario de una cuarentena (I): Espío a mis vecinos
-
Diario de una cuarentena (II): Mensaje en una botella
-
Diario de una cuarentena (III): Miedo atávico
-
Diario de una cuarentena (IV): La lista de la compra
-
Diario de una cuarentena (V): El último día en la tierra
-
Diario de una cuarentena (VI): Domingos metafísicos
-
Diario de una cuarentena (VII): La chica del búnker
-
Diario de una cuarentena (VIII): Pura supervivencia
-
Diario de una cuarentena (IX): Un plato de guisillo para tu vecina
-
Diario de una cuarentena (X): El banco de tu pueblo
-
Diario de una cuarentena (XI): Hacer los ejercicios
-
Diario de una cuarentena (XII): Un ciclista en el garaje
-
Diario de una cuarentena (XIII): La Policía del visillo
-
Diario de una cuarentena (XIV): Teoría contra el pesimismo
-
Diario de una cuarentena (XV): La trampa
-
Diario de una cuarentena (XVI): Incursión extraterrestre
-
Diario de una cuarentena (XVII): Romeo de balcón
-
Diario de una cuarentena (XVIII): Secuestro en territorio amigo
-
Diario de una cuarentena (XIX): Un robo en la escalera
-
Diario de una cuarentena (XX): Una carta en el buzón
-
Diario de una cuarentena (XXI): Sofá, chándal y dos kilos de más
-
Diario de una cuarentena (XXII): Una diva confinada
-
Diario de una cuarentena (XXIII): Muevo vasos con la mente
-
Diario de una cuarentena (XXIV): ¿Y si no te vuelvo a ver?
-
Diario de una cuarentena (XXV): A la caza de rayos de sol
-
Diario de una cuarentena (XXVI): Infancias paralelas
-
Diario de una cuarentena (XXVII): ¡Vamos a la playa!
-
Diario de una cuarentena (XXVIII): Grillos en la ventana
-
Diario de una cuarentena (XXIX): El hilo invisible de los afectos
-
Diario de una cuarentena (XXX): Un metro de resignación
-
Diario de una cuarentena (XXXI): Cada uno se consuela como puede
-
Diario de una cuarentena (XXXII): Carreteras secundarias
-
Diario de una cuarentena (XXXIII): Cuando caiga la tela
-
Diario de una cuarentena (XXXIV): Cita a ciegas
Conocí a Carmen haciendo un reportaje sobre almerienses que cuidan de la lengua española. Ella ni siquiera nació aquí, pero ha batallado por estas calles como una más, de modo que decidí incluirla. Al fin y al cabo, su testimonio era el más interesante. Luego me propuso presentar su libro sobre La India. Y no me pude negar. Semanas después, se incorporó a la plaza del Instituto Cervantes que acababa de sacar en Manila. Allí le pilló el coronavirus. Recién llegada a un país extraño. Sola y confinada. Conforme pasaron las semanas, su sentimiento de expatriada se agudizó. Hasta rayar el absurdo. Carmen ha regresado a casa y describe su viaje de vuelta como un recorrido por un paisaje apocalíptico al más puro estilo ‘La posibilidad de una isla’ de Michel Houellebecq, uno de sus escritores predilectos. Ella no lo sabe, pero también es uno de los míos.
Su historia estaba ahí, flotando en mi memoria y mi cuaderno de notas a la espera de la chispa que la pusiese negro sobre blanco. Y hoy es ese día. Por lo visto existe la sospecha de que Carmen y su hermana María son las chicas que inspiraron la escena inicial de ‘Serotonina’, la última novela del francés. Transcurre en la carretera N-340, a cinco kilómetros de El Alquián, una calurosa tarde de verano. No es descabellado que el autor de ‘Plataforma’ la sitúe ahí, recordemos que tiene una casa en Almería. Tampoco que se haya inspirado en un encuentro real con dos jóvenes, de hecho, sus personajes sienten cierta fijación por ellas. Qué pena no haber visto por una mirilla qué pasó en realidad aquel día. Según Carmen, no quedó una botella de vino por liquidar.
Donde no sé si quedó una botella de vino por liquidar, pero desde luego sí parecía un botellón fue mi barrio ayer. No diré el punto exacto, pero todos los bancos estaban llenos de jóvenes y ni un policía a la vista. Porque al final, por mucho que nos hayamos dejado por el camino, la vida se abre paso. Eso es así. Nos hemos vuelto inmunes a los datos de contagios y fallecidos. Inmunes a la noticia del enésimo ERTE. Y todas esas hormonas tienen que salir por algún lado.
Por cierto, quizá haya llegado el momento de contaros lo inevitable y es que este diario tiene un final. Más que nada porque la reclusión se acaba y ahora toca escribir la crónica de la desescalada, ya veremos de qué manera. He estado meditando y creo que sería poético cerrarlo en la columna 40. Ya sabéis, por lo de cuarentena. Me ha terminado de convencer una de mis lectoras más leales, María del Mar, al recordarme cómo se escribe 40 en números romanos: XL. Todavía nos quedan unos días.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/5/vivir/192761/diario-de-una-cuarentena-xxxv-la-posibilidad-de-una-isla