Diario de una cuarentena (XXXIX): Al final de la escapada

Huir por carreteras secundarias finalmente no parecía la mejor opción.
Huir por carreteras secundarias finalmente no parecía la mejor opción. Antonio Jesús García
Marta Rodríguez
07:00 • 12 may. 2020

En la maleta no habido forma de encajar los nervios y la emoción. Nada, imposible. Y mientras bajaba el equipaje, me he sentido observada a través de la cortina por mis vecinos. He parado en la gasolinera, donde he saludado con la risa floja a José María, al que no he sido capaz de contarle que me escapaba al pueblo a ver a mis padres. Porque aunque desde hoy está permitido moverse por la provincia, aún no he logrado deshacerme de la sensación de estar cometiendo una ilegalidad




Con la impresión de ser una prófuga pegada al cuerpo, he elegido la salida a la autovía que me ha parecido menos conflictiva. Es decir, menos propicia para que pongan controles. En hora y media de viaje he visto pocos turismos y muchos camiones. No os engaño si os digo que en cada curva o cambio de rasante esperaba encontrar un vehículo con sirena y unos agentes con chaleco reflectante dispuestos a mermar mi ya maltrecha economía. Me pregunto de dónde viene este miedo atávico que no desaparece por mucho que sepas que estás actuando dentro de la ley.




Como parte de una familia con una larga tradición de aprensivos, cada kilómetro que me restaba para llegar creía sentir un supuesto síntoma del Covid-19. Cuando faltaban cien, dolor de garganta. A los 50, tos seca. A los diez, he sentido el impulso de darme media vuelta. Pero al final las ganas han podido más que el poder de sugestión. El pánico a traer algo malo. Eso sí, me he bajado del coche con mascarilla y he hecho amago de correr a la ducha a descontaminarme antes del primer abrazo. Obviamente no me han dejado.




Mientras trataba de instalarme, habéis empezado a enviarme documentos gráficos de vuestra particular desescalada. Miguel se ha ido a desa­yunar a la cafetería de abajo, donde no le han atendido camareros, sino 'cirujanos' que han desplegado todo un set ‘anti coronavirus’ antes incluso de que se sentase. Ana ha llevado a su niña a reencontrarse con los abuelos después de ocho largas semanas sin verse. Las pobres no sabían dónde meter tanta emoción. Juanfran se ha reunido a mediodía a comer con los suyos después de autoimponerse una cuarentena de auténtico monje.




Antes he leído que unos bodegueros riojanos han creado una cápsula del tiempo con mensajes escritos en medio de la pandemia que no se leerán hasta dentro de 50 años. Estoy segura de que no tendrán absolutamente nada que ver con los que hubiéramos dejado hace unos meses. He estado un rato pensando qué le diría yo a la Marta de 2070. Sería: “¿Ves? Te dije que saldríamos de esta”.






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